viernes, 17 de diciembre de 2010

Modos de vivir que no dan para vivir

El título de este artículo no es original: En 1835 Mariano José de Larra escribe sobre el mismo tema y con el mismo título. Le llamaba la atención al insigne articulista, que en su época los oficios no formales comenzaban a ganarle terreno a las profesiones tradicionalmente reconocidas. Así las cosas, los vendedores de  paraguas en tiempos de lluvia, jugos en tiempos de calor o banderitas en fechas patrias, se hacían cada vez más comunes. Pero lo más importante no era la propagación  de esos improvisados oficios, sino que en ocasiones eran más “rentables” que  el ejercicio de la medicina, la abogacía o la educación

La vigencia de este tema, la podemos constatar en las calles guayanesas:  en los cruces más frecuentados de la ciudad, numerosos vendedores de ocasión y malabaristas, ofrecen  sus productos a los conductores, mientras que  los profesores universitarios reclaman un  presupuesto justo. El drama de los educadores es digno de un cuento de Chejov: mientras se dice que la educación es la base de toda sociedad y que solo en la medida que existan buenos educadores se alcanza el progreso social, la enseñanza es uno de los oficios peor pagados y la mayoría de los padres, a pesar de que quieren que sus hijos tengan buenos maestros, no ven con buenos ojos que se dediquen a la enseñanza.

Hablar de los oficios humanos es algo delicado,  porque  todo esfuerzo honesto por subsistir debe ser reconocido: ningún trabajo humilla. El problema, es que,  el ejercicio de las profesiones necesarias para el desarrollo social, está tan mal pagado, que éstas tienden a desaparecer. Y esto no es un simple problema salarial, de  justa relación entre lo que se hace y lo que se recibe a cambio; la cosa se agrava cuando la educación, la investigación científica o la función pública dejan de ser atractivas. En la novela de Miguel Otero Silva, Oficina Número Uno, se narran unos hechos que pueden ilustrar mejor este asunto: En el recién creado campamento petrolero, se designa a un funcionario público para que comience a ejercer funciones estableciendo las instituciones del Estado en medio de  esa sabana salvaje; pero al poco tiempo renuncia y monta un venta de cerveza, que le producía más beneficios que el ejercicio de la función pública.

 El crecimiento del trabajo informal,  producto del desempleo y la necesidad de obtener medios de vida, es comprensible. Pero si no entendemos, que solo garantizando condiciones para el ejercicio de las carreras científicas y humanistas que el país necesita,  podemos tener  verdaderas opciones de progreso, estamos muy mal. Sin la intención de herir a nadie, termino repitiendo el ejemplo de la novela de Miguel Otero Silva:  mientras vender licor sea más atractivo que dedicarse honestamente a la judicatura, debemos reconocer, que nuestros modos de vivir, no dan para vivir como  sociedad moderna y civilizada. jblanco@ucab.edu.ve (Publicado en agosto de 2010 en El Correo del Caroní)

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