El día de fin de año es un momento especial para pensar en
el tiempo. Famosa e inmortal es la repuesta que le dio San Agustín a la pregunta:
¿Qué es el tiempo? Si no me lo preguntan,
lo sé. Si me lo preguntan, lo ignoro. Decía
Jorge Luis Borges que, en veinte siglos de meditación se ha avanzado poco en descifrar
el dilema del tiempo.
La teología, la filosofía y la poesía se han ocupado
hermosamente del tiempo sin dejar muy claro lo que es. Personalmente me gusta la definición de
Aristóteles: el tiempo es la medida del
movimiento. Esto se puede relacionar
con la propuesta de Heráclito que decía, Todo
fluye; en efecto, aunque a veces no
nos damos cuenta todo está en movimiento, y eso se produce en el tiempo. Lo
mismo pasa con nuestras vidas, se
desplazan en el tiempo.
Al referirse a la parábola de Heráclito, decía Borges que,
somos una identidad cambiante: del
mismo modo que nadie se baña dos veces en el mismo rio, porque las aguas fluyen
permanentemente, nosotros nunca somos
los mismos porque nos deslizamos en el tiempo. Lo único permanente es nuestra
memoria, los recuerdos de nuestro pasado. Del presente, hay que decir que es solo un instante que inmediatamente se
convierte en pasado, y del porvenir, que
es incierto y enigmático.
No creo que Borges haya celebrado mucho la fiesta de fin de
año, porque citando a Platón decía: El tiempo es la imagen móvil de lo eterno.
Y si eso es así, el futuro vendría a ser el movimiento del alma hacia el
porvenir. Esto, que a muchos les puede
parecer un “rollo filosófico” inadecuado para la noche vieja, es lo que más o
menos hace una persona común, cuando se sienta a “esperar el año” recordando el
pasado y soñando con el porvenir. Siempre
caemos en eso: memoria y futuro, típico
de identidades cambiantes.
De todas formas y, fiel a la tradición ¡Feliz año a
todos!
Muy buena! de verdad... gracias!!
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