lunes, 31 de diciembre de 2012

El tiempo y la memoria: cavilaciones de fin de año



El día de fin de año es un momento especial para pensar en el tiempo. Famosa e inmortal es la repuesta que le dio San Agustín a la pregunta: ¿Qué es el tiempo? Si no me lo preguntan, lo sé. Si me lo preguntan, lo ignoro.  Decía Jorge Luis Borges que, en veinte siglos de meditación se ha avanzado poco en descifrar el dilema del tiempo.

La teología, la filosofía y la poesía se han ocupado hermosamente del tiempo sin dejar muy claro lo que es.  Personalmente me gusta la definición de Aristóteles: el tiempo es la medida del movimiento.  Esto se puede relacionar con la propuesta de Heráclito que decía, Todo fluye; en efecto, aunque  a veces no nos damos cuenta todo está en movimiento, y eso se produce en el tiempo. Lo mismo pasa con nuestras vidas,  se desplazan en el tiempo.

Al referirse a la parábola de Heráclito, decía Borges que, somos una identidad cambiante: del mismo modo que nadie se baña dos veces en el mismo rio, porque las aguas fluyen  permanentemente, nosotros nunca somos los mismos porque nos deslizamos en el tiempo. Lo único permanente es nuestra memoria, los recuerdos de nuestro pasado. Del presente, hay que decir  que es solo un instante que inmediatamente se convierte en pasado, y del porvenir,  que es incierto y enigmático.

No creo que Borges haya celebrado mucho la fiesta de fin de año, porque citando a  Platón decía: El tiempo es la imagen móvil de lo eterno. Y si eso es así, el futuro vendría a ser el movimiento del alma hacia el porvenir.  Esto, que a muchos les puede parecer un “rollo filosófico” inadecuado para la noche vieja, es lo que más o menos hace una persona común, cuando se sienta a “esperar el año” recordando el pasado y soñando con el porvenir.  Siempre caemos en eso: memoria y futuro, típico  de identidades cambiantes.

De todas formas y,  fiel a la tradición ¡Feliz año a todos!
   

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