En medio de unas
tertulias que realizamos un grupo de amigos para tratar de
comprender un poco el momento que vivimos, entre muchas cosas,
se plantaron dos ideas: la primera, no es posible conciliar la libre
competencia, con la solidaridad tal y
como lo sugiere el artículo 299 de la nuestra Constitución, y la segunda, el hombre es egoísta por
naturaleza: estamos hechos para el egoísmo.
Mientras escuchaba las reflexiones sobre esto, recordé que
en el pasado había leído algo al respecto, que de manera casi profética
vaticinaba el mal que la competencia y el egoísmo le producirían a la
humanidad.
Al llegar a mi casa, empecé a buscar, y encontré una obra
de Laura Esquivel titulada El
libro de las emociones, donde analiza como
la civilización y progreso han
echado a un lado las emociones, porque los sentimientos de solidaridad, no permite que funcione correctamente un
sistema basado en la competencia y el egoísmo. Entre las múltiples reflexiones
que hace al respecto dice lo siguiente: “¿A qué gobierno le puede
interesar que un soldado sienta
compasión por el enemigo al que tiene que aniquilar? ¿Qué piense en el dolor
que va a provocar en la persona y los hijos de ese hombre al momento de
matarlo? O qué inversionista le agradaría que una anciana se negara a venderle
una casa ubicada en un área altamente comercial porque en ella nacieron sus
hijos y nietos ¿O qué casa de bolsa le puede importar tener como cliente a un
millonario dispuesto a repartir su dinero
entre los pobres? ¿A quién le importan los ríos, las casas, los árboles, los
monumentos históricos, los campesinos, los pobres, cuando está de por medio el
desarrollo económico? ¿Cuál es el valor
que tienen en el mercado las emociones?
Ninguno”.
Para Laura Esquivel la competencia se basa en demostrar
que “se es mejor que los demás y que se
está por encima de ellos”, y la forma de
lograrlo es venciéndolos o superándolos, no
ayudándolos; dice que, en un
momento de la historia, la solidaridad fue indispensable para vivir, pero luego
el hombre ha tratado de sobrevivir
dejándola a un lado y hoy
sufrimos las consecuencias.
No se debe llegar al extremo de satanizar absolutamente la
competencia, porque es una manera eficaz
de generar riqueza para disminuir la pobreza. Hay que rescatar la “sana
competencia”, la que no ve a los demás como
adversarios o enemigos, sino como compañeros de un viaje que hay que
compartir, y esto no se puede lograr sin
tomar en cuenta las emociones. Pretender erradicarlas de la vida humana nos
conduce a situaciones como las que hoy estamos sufriendo: Si los “magnates de
la economía” que arruinaron a medio mundo
y hacen tambalear el sistema financiero
y el modo de vida occidental, hubieran incluido en el cálculo de sus
negocios el riesgo de los ahorros y la estabilidad familiar de millones de
personas, hoy el capitalismo no tendría tan mala imagen.
La propuesta de Laura Esquivel cobra fuerza en estos tiempos
de desconcierto, y aunque a muchos les pueda parecer lírica o ingenua, cuando observamos la opinión de antropólogos,
filósofos o sociólogos, que presentan como remedios para la crisis el
rescate de los valores éticos,
solidarios y compasivos, pareciera al que al final, por encima de la
competencia y el egoísmo se van a imponer
las emociones. Twitter @zaqueoo
Es posible que, dentro del ámbito "new age", cale la compasión y la solidaridad. Sin embargo, la compasión o la piedad no han sido constantes filosófica universales. Los filósofos-teólogos sí la tenían por virtud, pero en filósofos como Kant, la piedad no es un valor. Y quien dice piedad, puede decir solidaridad o compasión. La influencia de pensadores como Kant han modelado la cultura occidental moderna.
ResponderEliminarEsquivel lo que propone es un cambio radical de paradigma.
Muy bueno el artículo.