miércoles, 25 de octubre de 2017

El derecho a la embriaguez

z

Sostienen los seguidores del placer etílico,  que el día más negro de la historia reciente del país fue el pasado 2 de octubre, fecha que será recordada como el momento en que el precio de la botella de whisky pasó el millón de bolívares, la caja de cerveza los cien,  y el vino ni se diga.  Los abstemios radicales  celebran este acontecimiento considerando que,  si algo bueno puede tener la inflación, es que está acabando con el demonio del alcohol, que tanto daño ha causado a la  humanidad.

Pero no todos comparten esta forma de pensar;  por ejemplo,  el irreverente Joaquín Sabina, dice que la vida sin el licor es inodora, incolora e insípida.  Y otros,  llegan sostener que existe un derecho a la embriaguez,  que  es inherente a la naturaleza humana, y debe ser respetado, para ser ejercido libremente dentro de los límites de la legalidad y la prudencia.
Del papel que juega la bebida en la conducta humana se ha ocupado la religión, la filosofía y el derecho. Algunas confesiones  religiosas la ven como pecado, algunos filósofos la considera un consuelo para la dureza de la vida  y el derecho se limita a prohibir o sancionar sus excesos en determinadas circunstancias.

Lo inadmisible son los extremismo.   Es absurdo  que en Venezuela cada vez que hay un acontecimiento importante se decrete  la “ley seca”, prohibiendo a todo los ciudadanos  el acceso a las bebidas alcohólicas, cómos si fuéramos   débiles mentales que no tenemos la suficiente capacidad intelectual para dirigir nuestra conducta  y siempre tiene que aparecer “un papá” que nos ordena lo que tenemos que hacer.

Con motivo del proceso electoral que hoy se celebra, las rigurosas autoridades que  gobiernan nuestras vidas  decretaron la “ley seca”. Es posible que estos señores consideren que  la “caña” nubla el entendimiento y no permite escoger racionalmente a los mejores candidatos para dirigir los destinos del país. Esto también es discutible,  porque a juicio de Stuar Walton en su libro,  Colocados: Una historia cultural de la intoxicación,   la cultura  le debe mucho a la embriaguez.  Prueba de ello son las obras de Edgar Allan Poe, Baudelaire  y muchos otros, que conseguían en el licor la inspiración para  sus faenas.  Por lo tanto,  nadie puede garantizar que los sobrios  ejerzan el derecho al voto de manera más acertada y racional que los borrachos.

El tema que nos ocupa es el mejor ejemplo de la hipocresía social. Se critica la bebida públicamente, pero se disfruta de ella privadamente. Un claro ejemplo lo encontramos en las Leyes  del  Poder Judicial,  que prohíbe a los jueces ingerir licor en lugares públicos. Lo que lleva a concluir que, a juicio del legislador, lo malo no es jueces beban,  sino que los vean  bebiendo.

En este asunto hay mucho complejo que superar. Los moralistas extremos se escandalizan cuando ven  a alguien con una cerveza en la vía pública, cosa que estéticamente puede ser fea, pero  que se está convirtiendo el algo normal.  En días pasados,  observé a dos señoras que salían de trabajar de una entidad bancaria  con su correspondiente uniforme, y al pasar frente  a una licorería se “lanzaron dos frías” para calmar la sed y hablar de los problemas de su cotidianidad.  Con su comportamiento no alteraron el orden público ni la seguridad de los vecinos. Por  lo tanto ¿Cuál  es el problema?

Traigo todo esto a colación, porque me parece que  la “ley seca” y el radicalismo anti etílico es una ofensa a la inteligencia del pueblo venezolano. Voy a poner un ejemplo para explicarme mejor: no he visto sociedad donde se castigue y persiga más a la imprudencia etílica que en la norteamericana. En Estados Unidos a nadie se le ocurre sentarse al volante de un vehículo “rascao” porque las sanciones  son severísimas. Sin embargo,  en las estaciones de servicio, mejor conocidas entre nosotros como “Bombas de Gasolina”, vende whisky,  vino,  o cerveza las 24 horas del día. No prohíbe tomar, pero  castigan la irresponsabilidad de  infringir la ley manejando cuando se ha consumido una dosis elevada de alcohol. Este es el tema de las sociedades modernas: tanta libertad como sea posible y tanto control como sea necesario. Para eso está el Estado y la formación ciudadana.

Con el debido respeto a los juristas y filósofos que defiende el derecho humano a la embriaguez  para enfrentar la tragedia de la vida, considero que lo que existe es el derecho a la libertad dentro de los límites de la legalidad. Los demás es moralismo totalitario.
Por lo tanto, ni defiendo ni persigo a los borrachos. Creo que hay que educar a los ciudadanos para que no caigan en los excesos y adicciones destructivas. Aquí recuerdo al inevitable Aristóteles: la virtud está en el término medio ni abstemio ni alcohólico;  ese es el secreto.

En fin, un tema polémico  que requiere un estudio más profundo y desprejuiciado, porque como dicen algunos letrados,  siempre se evita profundizar en el análisis de la intoxicación como fenómeno humano. Hay opiniones en todas direcciones. El conocido Fernando Savater dice que él,  personalmente,  prefiere las  tabernas  antes que las farmacias. No sé qué opinará el lector.- (twitter @zaqueoo)






No hay comentarios:

Publicar un comentario