miércoles, 25 de octubre de 2017

Perdonen la tristeza



Constantemente  mis allegados me reclaman que tengo cara de amargado, cosa que igualmente hace mi esposa todas las mañanas diciéndome, ¡Alegra esa cara! Y tal vez sería bueno  atender esos consejos,  porque las sonrisas muchas veces son los últimos recursos que nos quedan ante las desdichas inevitables. Hay una vieja y sabia frase que dice “Quien es capaz de reírse de la tragedia que vive tiene la garantizada la  felicidad”.
En el  en el artículo de la semana pasada, terminé diciendo que el comportamiento de algunos conciudadanos  parece un “neoestoicismo criollo”. Como algunos no me entendieron, voy a explicarme mejor. El estoicismo es una vieja doctrina filosófica que pretende ayudar a alcanzar la felicitada cultivando la mente para conseguir  la tranquilidad  del alma, cosa que define  como  ataraxia: ausencia de deseos y temores. El último de los estoicos, el emperador Marco Aurelio,  acuñó la idea de que,  las cosa exteriores no tocan el alma humana. Así,  palabras más palabras menos, aunque el mundo se caiga a pedazos no hay que preocuparse,  porque como decía  aquella famosa frase de George Harrison  en la película surrealista  El submarino amarillo: “Todo está en la mente”.
Nunca he compartido la idea estoica de que la razón puede controlar el corazón. La lógica nos ayuda a comprender pero no a consolar. Séneca, en su famosa Consolación a Marcia,  trata de mitigar el dolor de la madre diciéndole  que no llore por el hijo fallecido, porque habiendo nacido mortal, es lógico y natural que haya muerto. Fácil de decir,  pero muy difícil de aplicar: podemos entender que todos los mortales estamos destinados a morir, pero no podemos evitar el dolor por la muerte de un ser querido.
Volviendo al tema que nos preocupa, vivimos  atiborrados de análisis que tratan de consolarnos haciéndonos entender la crisis y planteando posibles soluciones. Y a estos hay que sumar una legión de personas bien intencionadas que pretende levantar el ánimo para que la gente no  caiga a la derrota moral, con acciones parecidas  a las de Guido Orefice en la película La vida es bella. Todo eso está muy bien y es necesario, pero hay que comprender  que la razón no controla el corazón,  y hay mucha gente triste por la vida que está llevando.
Más allá del empobrecimiento que a todos nos afecta, de la soledad que nos invade al ver que los familiares y amigos se han ido, o el aislamiento que no nos permite salir a la calle, acabando prácticamente con nuestra libertad, hay un sentimiento que se ha instalado en los corazones de los venezolanos: la tristeza por la desesperanza.
La semana pasada, en la cola de un supermercado,  la persona que estaba delante de mí,  al observar la pantalla donde se marcan los precios y  se suma la cuenta, con rostro de resignación me dijo: esto no tiene remedio;   una señora que pretendía pagar un poco de jamón y queso,  se santiguó emocionada cuando vio que “paso la tarjeta”; un jardinero que arreglaba  un jardín,  cuando lo salude me dijo: “Aquí, matando un tigrito, porque los reales no dan, esto no tiene remedio”.  Pero lo más grave, a mi manera de ver el asunto,  es lo que me dijo una exitosa profesional: “Casi no puedo dormir; no sé cuánto tiempo puedo aguantar esta situación, si esto sigue así no voy a ganar ni para la comida”
Según cifras que me llegan de manera extraoficial, importantes universidades del país, han perdió hasta el 50 por ciento de su profesores,  que se han ido buscando un mejor destino; es decir, quienes tiene es sus manos la formación del talento humano que se necesita para garantiza el progreso de la nación, se van.  Y muchas veces a ciegas, porque consideran que la aventura de emigrar es preferible a lo que les espera en su patria.
Si ante este panorama  no nos entristecemos, la conclusión es que no queremos a Venezuela  ni a su gente,  porque no hay nada más malo que pretender ignorar la realidad. Y en este momento el, sufrimiento es una realidad incuestionable. Por lo tanto, a los que les molestan los rostros de la amargura, hay que pedirles que comprenda y perdonen la tristeza, porque es perfectamente justificable. Además, los sentimientos son cosas muy personales a las que todos tenemos derecho. Como decía una vieja canción de Leonardo Fabio “Mi tristeza es mía y nada más”.
Ahora bien, debo terminar haciendo una aclaratoria, una cosa es estar triste y otra tirar la toalla;  una cosa es ser débil e indolente y otra no enfrentar los obstáculos. Con el corazón herido se pueden afrontar las dificultades. Más arriba dije que no comparto la idea estoica de que la razón pueda controlar el corazón, pero estoy de acuerdo con otras que pueden ayudarnos perfectamente en este momento. Decía el citado Marco Aurelio, palabras más palabras menos, “El obstáculo es el camino”. Sobre eso escribiré en el próximo artículo, si Dios me lo permite. (twitter @ zaqueo)






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