Constantemente
mis allegados me reclaman que tengo cara de amargado, cosa que
igualmente hace mi esposa todas las mañanas diciéndome, ¡Alegra esa cara! Y tal
vez sería bueno atender esos consejos, porque las sonrisas muchas veces son los
últimos recursos que nos quedan ante las desdichas inevitables. Hay una vieja y
sabia frase que dice “Quien es capaz de reírse de la tragedia que vive tiene la
garantizada la felicidad”.
En el
en el artículo de la semana pasada, terminé diciendo que el
comportamiento de algunos conciudadanos
parece un “neoestoicismo criollo”. Como algunos no me entendieron, voy a
explicarme mejor. El estoicismo es una vieja doctrina filosófica que pretende
ayudar a alcanzar la felicitada cultivando la mente para conseguir la tranquilidad del alma, cosa que define como ataraxia:
ausencia de deseos y temores. El último de los estoicos, el emperador Marco
Aurelio, acuñó la idea de que, las cosa exteriores no tocan el alma humana. Así,
palabras más palabras menos, aunque el
mundo se caiga a pedazos no hay que preocuparse, porque como decía aquella famosa frase de George Harrison en la película surrealista El submarino amarillo: “Todo está en
la mente”.
Nunca he compartido la idea estoica de que la
razón puede controlar el corazón. La lógica nos ayuda a comprender pero no a
consolar. Séneca, en su famosa Consolación a Marcia, trata de mitigar el dolor de la madre
diciéndole que no llore por el hijo
fallecido, porque habiendo nacido mortal, es lógico y natural que haya muerto.
Fácil de decir, pero muy difícil de
aplicar: podemos entender que todos los mortales estamos destinados a morir,
pero no podemos evitar el dolor por la muerte de un ser querido.
Volviendo al tema que nos preocupa, vivimos atiborrados de análisis que tratan de
consolarnos haciéndonos entender la crisis y planteando posibles soluciones. Y
a estos hay que sumar una legión de personas bien intencionadas que pretende
levantar el ánimo para que la gente no caiga
a la derrota moral, con acciones parecidas
a las de Guido Orefice en la película La vida es bella. Todo
eso está muy bien y es necesario, pero hay que comprender que la razón no controla el corazón, y hay mucha gente triste por la vida que está
llevando.
Más allá del empobrecimiento que a todos nos
afecta, de la soledad que nos invade al ver que los familiares y amigos se han
ido, o el aislamiento que no nos permite salir a la calle, acabando
prácticamente con nuestra libertad, hay un sentimiento que se ha instalado en
los corazones de los venezolanos: la tristeza por la desesperanza.
La semana pasada, en la cola de un
supermercado, la persona que estaba
delante de mí, al observar la pantalla
donde se marcan los precios y se suma la
cuenta, con rostro de resignación me dijo: esto no tiene remedio; una señora que pretendía pagar un poco de
jamón y queso, se santiguó emocionada
cuando vio que “paso la tarjeta”; un jardinero que arreglaba un jardín,
cuando lo salude me dijo: “Aquí, matando un tigrito, porque los reales
no dan, esto no tiene remedio”. Pero lo
más grave, a mi manera de ver el asunto, es lo que me dijo una exitosa profesional: “Casi
no puedo dormir; no sé cuánto tiempo puedo aguantar esta situación, si esto
sigue así no voy a ganar ni para la comida”
Según cifras que me llegan de manera
extraoficial, importantes universidades del país, han perdió hasta el 50 por
ciento de su profesores, que se han ido
buscando un mejor destino; es decir, quienes tiene es sus manos la formación
del talento humano que se necesita para garantiza el progreso de la nación, se
van. Y muchas veces a ciegas, porque
consideran que la aventura de emigrar es preferible a lo que les espera en su
patria.
Si ante este panorama no nos entristecemos, la conclusión es que no
queremos a Venezuela ni a su gente, porque no hay nada más malo que pretender
ignorar la realidad. Y en este momento el, sufrimiento es una realidad
incuestionable. Por lo tanto, a los que les molestan los rostros de la amargura,
hay que pedirles que comprenda y perdonen la tristeza, porque es perfectamente
justificable. Además, los sentimientos son cosas muy personales a las que todos
tenemos derecho. Como decía una vieja canción de Leonardo Fabio “Mi tristeza es
mía y nada más”.
Ahora bien, debo terminar haciendo una
aclaratoria, una cosa es estar triste y otra tirar la toalla; una cosa es ser débil e indolente y otra no enfrentar
los obstáculos. Con el corazón herido se pueden afrontar las dificultades. Más
arriba dije que no comparto la idea estoica de que la razón pueda controlar el
corazón, pero estoy de acuerdo con otras que pueden ayudarnos perfectamente en
este momento. Decía el citado Marco Aurelio, palabras más palabras menos, “El
obstáculo es el camino”. Sobre eso escribiré en el próximo artículo, si Dios me
lo permite. (twitter @ zaqueo)
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