lunes, 30 de octubre de 2017

Imágenes de vida y muerte


La adicción al auto retrato (Selfie), video, o cualquier otra forma de captación de imágenes con los teléfonos celulares, se ha convertido en algo increíble: parece que algunas personas solo viven para eso. Estaba en el interior de mi vehículo escuchando el final de un programa radial en la puerta de la universidad y desde mi posición podía observa a las personas que entraban en ella: la mayoría caminaba con teléfono en mano y mirada fija en la pantalla; muchos,  antes de entrar, se tomaban una “selfie” con la fachada académica de fondo, fotografiaban el campus  o a sus compañeros, e inclusive,  se sentaba en medio de la calle, en una arriesgada escena para “inmortalizar un buen momento”.  Lo mismo puede decirse de cualquier otro espacio social: la vida no se entiende sino a través  de ese mundo virtual al que accedemos, mediante  los “teléfonos de última generación”.  

Muchos se quejan de la manera como el hombre de hoy ha quedado atrapado por el celular, al extremo de que no escatima en gastos ni riesgo para poder obtenerlo y usarlo, sin advertir  del daño que causa su personalidad. Pero la cosa va más allá,  porque parece  que la vida  está perdiendo su esencia, transformándose en una especie de espectáculo deshumanizado.

Esto, aparece perfectamente reflejado en el artículo que la semana pasada Publicó Arturo Pérez  Reverte,  titulado Turistas de la idiotez, del cual tomo el siguiente párrafo: “Y es que ya no miramos directamente la realidad. Ni siquiera lo creemos necesario. Las imágenes, sean de horror o de felicidad, sólo interesan para su posterior reproducción y difusión. Es nuestro minuto de gloria. Colgar fotos en Instagram y vídeos en Youtube se ha vuelto objetivo de nuestras vidas, como esos corredores de los encierros taurinos que, en vez de disfrutar con la adrenalina y el peligro, van con el móvil en la mano intentando grabar al toro; o las docenas de imbéciles y cobardes que graban en sus teléfonos la paliza mortal a un desgraciado en lugar de evitarla. Hasta una violación grabaríamos, como por otra parte ya se ha hecho. Cuanto hacemos está destinado a ser testimonio turístico: yo estaba allí, mira lo que comí ese día, mira cómo le sacudían a ése, mira cómo se desangraban las víctimas del terrorista. A ver si conseguimos hacerlo viral, oye. Que lo vea la familia, los amigos. Que lo vean todos, y por supuesto que me vean. Incluso los que no me conocen y a quienes importo un carajo.”

Creo que la cita anterior no tiene desperdicio, y puede conducirnos a la reflexión de lo que hacemos, con nuestros teléfonos  que,  indiscutiblemente constituyen una ayuda,  pero también pueden ser herramientas de maldad, como es el caso del uso de las imágenes de los restos mortales de una persona.

Acepto que, dentro de los límites de la legalidad, cada quien haga con  las imágenes de su vida lo que le parezca, pero con las imágenes de los demás y muy especialmente, con las fotografías de los cadáveres la cosa cambia totalmente.  Podemos observar de manera reiterada en las redes sociales y,  especialmente, en páginas de sucesos de medios de comunicación,  imágenes de los cuerpos de personas que fallecen en accidentes o son víctimas del hampa. ¿Es lícito publicar estas fotografías?

El tema se discute desde la época en que estaba en el pregrado de la carrera de derecho. Decía un profesor: “Eso está constitucionalmente prohibido, pero es imposible controlarlo, porque vende más que la noticia;  a la gente le encanta ver un muerto”.

No me voy a meter en el análisis del morbo social,  porque no es precisamente lo que se pregunta. Lo que interesa responder, es si hay base legal para afirmar que está prohibido publicar las imágenes de los cadáveres, y en mi opinión esto es afirmativo.

El artículo 60 de la constitución de la República Bolivariana de Venezuela establece: Toda persona tiene derecho a la protección de su honor, vida privada, intimidad, “propia imagen”, confidencialidad y reputación. La ley limitará el uso de la informática para garantizar el honor y la intimidad personal y familiar de los ciudadanos y ciudadanas y el pleno ejercicio de sus derechos.”
Como bien puede leerse en el artículo que cito en el párrafo anterior,  nadie puede compartir las fotos de otras personas por las redes sociales sin el consentimiento de ellas,  y mucho menos las fotos de sus cadáveres.  El que no esté de acuerdo conmigo, vaya a discutírselo al constituyente.
Hace algunos años escribí para  periódico Guayana Ucabista un artículo titulado El Twiter y el derecho al honor. Allí  advertía que  hay que tener cuidado con lo que se publica, porque hay limitaciones legales y sanciones por sus excesos. Y esas limitaciones están en el respeto al derecho de las personas, cuya violación acarrea graves consecuencias.
En fin, imágenes de vida y muerte.  No critico a quienes creen que  su vida solo adquiere sentido cuando “sube” a las redes sociales, pero como abogado tengo que advertir que hay que tener cuidado y hacer uso racional del  WhatsApp, twitter, Facebook o Instagram : una cosa es mi vida,  y otra la de los demás.  

En el caso de las “imágenes de la muerte”, soy un profundo defensor del respeto a la dignidad humana.  Creo que a nadie le puede gustar que la imagen de sus restos mortales  “sea compartida por las redes”. Recuerden  la vieja regla de oro: “No  hagas  a  otros lo no que no quieras que te hagan a ti”.            

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