La adicción al
auto retrato (Selfie), video, o cualquier otra forma de captación de imágenes
con los teléfonos celulares, se ha convertido en algo increíble: parece que
algunas personas solo viven para eso. Estaba en el interior de mi vehículo escuchando
el final de un programa radial en la puerta de la universidad y desde mi
posición podía observa a las personas que entraban en ella: la mayoría caminaba
con teléfono en mano y mirada fija en la pantalla; muchos, antes de entrar, se tomaban una “selfie” con
la fachada académica de fondo, fotografiaban el campus o a sus compañeros, e inclusive, se sentaba en medio de la calle, en una
arriesgada escena para “inmortalizar un buen momento”. Lo mismo puede decirse de cualquier otro espacio
social: la vida no se entiende sino a través
de ese mundo virtual al que accedemos, mediante los “teléfonos de última generación”.
Muchos se quejan de la manera como el hombre de hoy ha
quedado atrapado por el celular, al extremo de que no escatima en gastos ni
riesgo para poder obtenerlo y usarlo, sin advertir del daño que causa su personalidad. Pero la
cosa va más allá, porque parece que la vida está perdiendo su esencia, transformándose en
una especie de espectáculo deshumanizado.
Esto, aparece
perfectamente reflejado en el artículo que la semana pasada Publicó Arturo
Pérez Reverte, titulado Turistas de la idiotez, del cual
tomo el siguiente párrafo: “Y es que ya no miramos directamente la realidad. Ni
siquiera lo creemos necesario. Las imágenes, sean de horror o de felicidad,
sólo interesan para su posterior reproducción y difusión. Es nuestro minuto de
gloria. Colgar fotos en Instagram y vídeos en Youtube se ha vuelto objetivo de
nuestras vidas, como esos corredores de los encierros taurinos que, en vez de
disfrutar con la adrenalina y el peligro, van con el móvil en la mano
intentando grabar al toro; o las docenas de imbéciles y cobardes que graban en
sus teléfonos la paliza mortal a un desgraciado en lugar de evitarla. Hasta una
violación grabaríamos, como por otra parte ya se ha hecho. Cuanto hacemos está
destinado a ser testimonio turístico: yo estaba allí, mira lo que comí ese día,
mira cómo le sacudían a ése, mira cómo se desangraban las víctimas del
terrorista. A ver si conseguimos hacerlo viral, oye. Que lo vea la familia, los
amigos. Que lo vean todos, y por supuesto que me vean. Incluso los que no me
conocen y a quienes importo un carajo.”
Creo que la cita
anterior no tiene desperdicio, y puede conducirnos a la reflexión de lo que hacemos,
con nuestros teléfonos que, indiscutiblemente constituyen una ayuda, pero también pueden ser herramientas de maldad,
como es el caso del uso de las imágenes de los restos mortales de una persona.
Acepto que,
dentro de los límites de la legalidad, cada quien haga con las imágenes de su vida lo que le parezca, pero
con las imágenes de los demás y muy especialmente, con las fotografías de los
cadáveres la cosa cambia totalmente. Podemos
observar de manera reiterada en las redes sociales y, especialmente, en páginas de sucesos de
medios de comunicación, imágenes de los
cuerpos de personas que fallecen en accidentes o son víctimas del hampa. ¿Es
lícito publicar estas fotografías?
El tema se
discute desde la época en que estaba en el pregrado de la carrera de derecho.
Decía un profesor: “Eso está constitucionalmente prohibido, pero es imposible
controlarlo, porque vende más que la noticia;
a la gente le encanta ver un muerto”.
No me voy a
meter en el análisis del morbo social, porque no es precisamente lo que se pregunta.
Lo que interesa responder, es si hay base legal para afirmar que está prohibido
publicar las imágenes de los cadáveres, y en mi opinión esto es afirmativo.
El artículo 60 de la constitución de la República Bolivariana de
Venezuela establece: Toda persona
tiene derecho a la protección de su honor, vida privada, intimidad, “propia
imagen”, confidencialidad y reputación. La ley limitará el uso de la
informática para garantizar el honor y la intimidad personal y familiar de los
ciudadanos y ciudadanas y el pleno ejercicio de sus derechos.”
Como bien puede
leerse en el artículo que cito en el párrafo anterior, nadie puede compartir las fotos de otras
personas por las redes sociales sin el consentimiento de ellas, y mucho menos las fotos de sus cadáveres. El que no esté de acuerdo conmigo, vaya a
discutírselo al constituyente.
Hace algunos años
escribí para periódico Guayana
Ucabista un artículo titulado El Twiter y el derecho al honor. Allí
advertía que hay que tener cuidado con lo que se publica,
porque hay limitaciones legales y sanciones por sus excesos. Y esas
limitaciones están en el respeto al derecho de las personas, cuya violación
acarrea graves consecuencias.
En fin, imágenes de
vida y muerte. No critico a quienes
creen que su vida solo adquiere sentido
cuando “sube” a las redes sociales, pero como abogado tengo que advertir que
hay que tener cuidado y hacer uso racional del
WhatsApp, twitter, Facebook o Instagram : una cosa es mi vida, y otra la de los demás.
En el caso de las “imágenes
de la muerte”, soy un profundo defensor del respeto a la dignidad humana. Creo que a nadie le puede gustar que la
imagen de sus restos mortales “sea
compartida por las redes”. Recuerden la
vieja regla de oro: “No hagas a otros
lo no que no quieras que te hagan a ti”.
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