martes, 3 de abril de 2012

El drama de Lorenzo, o la tragedia de un morrocoy




Lorenzo era un morrocoy que le regalaron a Patricia en uno de sus cumpleaños infantiles. Se lo entregaron limpiecito y brillante, con lazo, nombre y pedigrí. Desde ese momento,  pasó a formar parte de la familia. Compartía las costumbres humanas con las “morrocoyeras“: Caminaba todo el patio, comía grama, se “encuevaba “  y desaparecía por un tiempo y cuando pensaban que se había perdido aparecía como si nada; salía recibir  a los visitantes y cuando veía a Patricia, andaba detrás de ella “A paso de morrocoy”. Se puede decir que era una mascota excelente, que cumplía a cabalidad su oficio: trasmitir alegría a la monotonía hogareña.

Pero el destino de Lorenzo cambió violentamente. Un día la familia recibió la vista de  unos amigos que estaba de paso por la ciudad. Se armó una tertulia alrededor de un café y en ese momento apareció Lorenzo con su simpático caminar. Pero esta vez no fue bien recibido: ¡Ustedes tiene un Morrocoy! Exclamó asombrada una encopetada señora, ¡Eso es pavosísimo, ese animal trae ruina y desgracia! Y acto seguido, empezó a narrar las tragedias que según su experiencia habían sufrido las personas que adoptan a estos animales.

Desde ese ingrato momento, el destino de Lorenzo cambió;  lo veían con desconfianza,  y si algo salía mal lo relacionaban con sus movimientos y apariciones: el afecto se fue perdiendo, hasta que un día decidieron mandarlo al fundo de un amigo que está por la vía de Upata; allí  dejó de ser Lorenzo,  para convertirse en otro morrocoy más,  entre los que  están condenados a terminar su existencia en  los pasteles de Semana Santa.

El drama de Lorenzo es el mismo que sufren muchas personas, e inclusive pueblos enteros, que  son víctima de uno de los peores males que agobian a la humanidad: la superstición y la ignorancia.

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