Para los fanáticos al fútbol ha pasado algo incomprensible:
el Barsa y el Real Madrid han quedado eliminados de la final de la Champion League.
Esto puede entenderse en cualquier evento deportivo, pues los resultados
no están garantizados de antemano y, no siempre gana el mejor, pero lo increíble
es la forma como estos súper equipos han quedado eliminados. En el momento
preciso, fallaron los ídolos, los que
nunca fallan: Messi falló un penalti que resultó decisivo y Cristiano Ronaldo y
Kaká, -dos balones de oro- fallaron en la tanda decisiva de penaltis ante el Bayer.
Increíble pero cierto.
En días pasados leí un interesante artículo sobre el hundimiento
del Titánic, que le da un matiz diferente
a este mítico acontecimiento. Según
este texto que comento, el barco no se hundió por culpa impericia o negligencia
de la tripulación o del capitán; no: se hundió, simple y llanamente, porque en la vida hay
cosas imprevisibles e inevitables, así de sencillo. Lo malo es creerse indestructible o invencible, porque esa condición
no existe. La tragedia del Titánic –según
algunas versiones- fue inevitable, más allá de las culpas que a estas alturas se quiera atribuir, y las
derrotas en el futbol también lo son, cuando entran en juego todos eso elementos
impredecibles que convierten a la incertidumbre en la sazón del juego.
Hoy, he observado a muchos amigos entristecidos por la
derrotas de sus equipos. Pero ¿Qué ha pasado? Nada que normalmente no pueda
ocurrir : perdieron, como todos pierden, de manera más o menos seguida en la vida. Pero
la derrota más importante no la sufrió el Barcelona, el Real Madrid, Messi
o Cristiano, la sufrió la equivocada
idea de que a estas alturas hay ídolos invencibles, que se comportan como Dioses y nunca pueden fallar. Cuando la verdad es que, todos en mayor o menor medida son
profundamente humanos, contradictorios e impredecibles. Y eso, de una u otra
forma, es lo que hace entretenida esta comedia que llamamos vida.
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