El mito del progreso, sostiene que la sociedad humana no evoluciona, se
produce un indiscutible desarrollo en el campo científico, pero las
relaciones humanas se mantienen iguales o peores. Las primeras horas de este Sábado
de Gloria, se las dediqué a una de mis actividades favoritas para ejercitar la
salud física y espiritual: caminar por el parque La Llovizna. El lugar estaba
lleno de gente que le daba un ambiente festivo y agradable: unos trotaban,
otros caminaban o hacían ejercicios en el gimnasio recientemente instalado, y
otros simplemente paseaba o contemplaban la naturaleza. Disfrutando de todo
esto, me llamó la atención la presencia de numeroso uniformados de la Guardia Nacional,
desplegados para garantizar la seguridad
de los visitantes; entonces me acordé del mito del progresos, más bien, de las
cosa absurdas que a veces produce.
Visitar el parque La Llovizna era una de las excursiones
favoritas de los habitantes de la recién fundada Ciudad Guayana a principios de
los años 60. Desde Puerto Ordaz era un
viaje: había que tomar la vía de San Félix y luego la carretera hacia El Pao, para entrar por el campamento de Edelca; además, se necesitaba sacar un pase en la alcabala que
estaba en la entrada de Macagua, porque
no había libre acceso como hoy. El acontecimiento más recordado de aquella
época, fue la tragedia de los maestros, tristemente recordada como La Tragedia
de la Llovizna.
La Llovizna de aquel entonces no era el hermoso parque de
hoy. Era un lugar decorado por la naturaleza, seco en verano y verde en invierno.
Lo mismo pasaba con sus cascadas; todavía recuerdo el ruido que producía la
fuerza del agua cuando el rio estaba lleno. Había una hermosa piscina natural,
donde los visitantes podían hacer comidas y bañarse, e inclusive muchos colegios
la utilizaban para retiros y excursiones. Pero sobre todo, era el reino de la paz
y tranquilidad.
La construcción de La Llovizna de hoy vino después: se le
debe al señor Mendoza, a quien le
dedicaré una crónica especial en otra oportunidad. En efecto, todo lo que hoy
disfrutamos es producto de esa metáfora Guayanesa de Pedro Berroeta “La mano de
Dios junto a la mano del hombre, así es Guayana” Pero lo que se ganó por una parte, se perdió
por otra. Como dije anteriormente, ayer era el reino de la belleza y la
tranquilidad, hoy es más hermoso, pero
la gobernación tuvo que meter a la Guardia Nacional en el parque, porque la
maldad humana amenaza con convertirlo en un sitio inseguro. Mientras que ayer había
que estar atento, porque del bosque podía saltar un chigüire, un venado o un váquiro,
hoy aparecen unos individuos que pistola en mano atracan a los visitantes.
Sencillamente ¡trágico!
Estos son los absurdos del progreso: en la medida en que
mejoramos las cosas, nuestras relaciones empeoran y la vida se hace más
complicada. Se construye y mejora un hermoso parque, pero paradójicamente se
atrae a la delincuencia. Parece que hay males que la ciencia no puede remediar
y demonios que no se pueden evitar.
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