miércoles, 10 de noviembre de 2010

La justicia y la riqueza

El debate político, y muy especialmente el discurso presidencial, está generando  confusión sobre algunos valores fundamentales de la sociedad. Decir que  “ser rico es malo”  relacionándolo directamente  con la existencia de la pobreza, es hacer creer que  los problemas de unos, son producto exclusivo del bienestar de otros. Esto puede ser cierto en algunos casos, pero no necesariamente es así. Sostener, que  quien tiene éxito económico,  es “corrupto o sortario”, no solo puede causar grandes injusticias, sino que desconoce  el valor del trabajo honesto cuando éste es exitoso. Por lo tanto, hay que tener mucho cuidado cuando se habla de estos temas, para evita que una simple especulación se convierta en una verdadera injusticia.

Por otra parte, en lo que se refiere a la relación entre injusticia y pobreza, también hay que hacer algunas precisiones. Adela Cortina, en su libro Ética Civil y Religión dice que: “Una sociedad en que no todos los ciudadanos tienen un “Mercedes” no es por eso una sociedad injusta; una sociedad en que uno solo pasa hambre si lo es. Y conviene andar con tiento, porque con esto del bienestar podría ocurrir que, para que algunos pudieran tener un “Mercedes” que es en lo que cifran su bienestar, otros tengan que pasar hambre” Creo que la cita aclara un poco más el problema planteado al principio: la riqueza no es mala sino daña a nadie. Pero lo más importante para la autora, es tratar de establecer, cuando la pobreza se convierte en injusticia;  allí expone el concepto de los  “mínimos de justicia”. Veamos el siguiente ejemplo: si se pretende tener un Estado Social de Justicia, se debe garantiza a los ciudadanos – entre otras cosas-  el derecho a la salud; pero esa garantía no es un máximo sino un mínimo decente; no se puede garantizar a todos cirugías estéticas o embellecimientos odontológicos,  pero  si un ciudadano necesita urgentemente un trasplante  de órganos, el Estado debe garantizárselo,  porque es injusto  que muera por no tener recursos para operarse.  Concluye  la autora: “con  la búsqueda de estos “mínimos decentes” se puede lograr que los hombres  puedan convivir sino en condiciones de felicidad al menos de justicia”.

En Venezuela,  nuestros dirigentes necesitan algunas dosis de pragmatismo en lo que a la búsqueda de la justicia se refiere. Hay una constante invocación a los valores supremos de la justicia, pero no se trabaja lo suficiente para aliviar las injusticias que agobian a la sociedad. Es inaceptable, que un país con tantos recursos no tenga un sistema moderno y eficaz de seguridad social: el drama de quienes no consiguen cupo en los hospitales y las repetidas escenas de personas pidiendo dinero para poder pagar intervenciones quirúrgicas, son –entre muchas otras- razones suficientes para concluir que no tenemos una sociedad justa. Es indudable que hay que cambiar de rumbo.  No pretendo afirmar que la tesis de los “mínimos decentes” de Adela Cortina sea una verdad absoluta,  pero tiene la virtud, que ante el peligro de reducir el problema de la justicia a meras abstracciones, propone metas concretas que es lo importante. El hombre de hoy, más  que vagas promesa de felicidad, quiere que le garanticen condiciones mínimas de vida digna en la realidad.

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